Para hacer frente a semejante tarea, el cuerpo dispone de varios órganos especializados en esta función y que en otras entradas analizamos en detalle: sistema digestivo (intestinos + hígado), sistema urinario (riñones), piel, sistema pulmonar y sistema linfático. Son los llamados emuntorios. Cuando todos trabajan en modo normal y el volumen de desechos no supera la capacidad de procesamiento, el "terreno" (cuerpo) se mantiene limpio y las células pueden funcionar correctamente. Esto quiere decir que estamos en presencia de un organismo eficiente y, por tanto, de una persona saludable, ágil y vital.
Pero si los desechos superan la capacidad de los emuntorios y éstos empiezan a funcionar deficientemente, el "terreno" se carga progresivamente de toxinas y el funcionamiento orgánico se degrada gradualmente. La sangre se pone densa y circula más lentamente por los capilares. Los desechos que transporta la sangre, pasan a la linfa y el plasma intracelular. Cuanto más tiempo se mantiene esta situación, más se contaminan los fluidos. Llega un momento en que las células están sumergidas en un verdadero pantano que paraliza los intercambios "intra" y "inter" celulares. El oxígeno y los nutrientes no pueden llegar a las células y éstas experimentan graves carencias.
Por otra parte, los residuos metabólicos que regularmente excretan las células, al no circular, aumentan aún más el grado de contaminación de los fluidos. Los desechos comienzan a depositarse en las paredes de los vasos sanguíneos, reducen su diámetro y eso disminuye aún más la velocidad de circulación e irrigación.
Aquí está la explicación de la generalizada, mal entendida y demonizada hipertensión: nuestra sangre sucia y espesa es la que obliga al corazón a bombear con más presión para compensar la menor irrigación. En definitiva, la tensión elevada es un simple mecanismo defensivo del cuerpo, a fin de mantener las funciones normales a pesar de la toxemia crónica.
Sin embargo, tratamos de "idiota" a nuestro sistema circulatorio, ingiriendo medicamentos hipotensores (para reducir la presión), cuando lo lógico sería depurar y fluidificar la sangre. Así nos ahorraríamos, no sólo los fármacos, sino también el terrible gasto de energía que significa para nuestro organismo la improductiva tarea de elevar la presión sanguínea. Es que no es esta la causa de tanta fatiga crónica en la población?
Pero seguimos con los perjuicios que genera la acumulación de toxinas en los fluidos corporales: obstruye los emuntorios, dificulta su tarea, congestiona otros órganos y bloquea las articulaciones. Los tejidos se irritan, inflaman y pierden flexibilidad, esclerotice. En este contexto, las células no pueden realizar su tarea específica y tampoco los órganos por ellas compuestos. Estamos en presencia de una persona enferma, desvitalizada y anquilosada. El tipo de enfermedad dependerá simplemente de qué órganos estén más afectados y en qué grado. El espectro puede ir desde una bronquitis crónica a un cáncer.
Estos procesos degenerativos no se producen de la noche a la mañana, ni son la consecuencia de un solo exceso: requieren años de acumulación.
Antes de nada, ya podemos entender el valor relativo de los modernos diagnósticos que sugieren la focalización del problema en una parte pequeña de nuestro organismo. Nunca puede estar mal una parte y bien el resto. Esta "parte defectuosa" es sólo la expresión más aguda del estado general del organismo. Por ello es obvia la inutilidad de luchar contra un síntoma o contra un parámetro determinado (glucosa, presión, colesterol, etc). Es correcto aliviar el sufrimiento puntual, pero sin olvidarnos que debemos operar sobre todo el ámbito corporal.
Una anécdota familiar sirve para ejemplificar cuando a menudo la ciencia tradicional pierde la visión de conjunto, en focalizarse en las partes del organismo. Tenía un tío internado desde hacía varios días y su estado no hacía más que empeorar, aunque estaba en manos de un equipo de famosos médicos que trataban diferentes terapéuticas farmacológicas. Como su estado se hacía cada vez más grave, vino a verlo desde lejos su abuela, mi bisabuela. Esta mujer de pueblo, tenía sabiduría intuitiva y unos ojos vivaces.Nada más entrar en la habitación del enfermo, sus hijas, con la ayuda del médico presente, la pusieron al corriente de las novedades, destacando la impotencia a pesar de los infructuosos y costosos intentos realizados. En medio de tanta terminología médica y palabras difíciles, mi bisabuela preguntó con su característico acento maño: "¿Cuánto tiempo hace que ni da de cuerpo este chico?" El silencio fue sepulcral. Dilatadas miradas se cruzaban en el aire y nadie tenía respuestas. Hacía una semana que el tío no movía los intestinos ... y nadie había reparado en ello! Por supuesto, después de una voluminosa enema, comenzó el rápido proceso de recuperación del tío, quien fue dado de alta días después y se recuperó sin más problemas.
Este ejemplo ilustra perfectamente la necesidad de hacer una depuración general del cuerpo, al menos una vez al año y dos mejor. No es necesario tener síntomas de ningún tipo, precisamente los síntomas llevarán el proceso de envenenamiento brillan por su ausencia, es cuando se manifiestan que ya está el problema.
Yo personalmente soy un "fan" de las depuraciones, es muy raro que un Cliente venga por primera vez a la consulta y se vaya sin unas cuidadas instrucciones para hacer una buena depuración -generalmente de un mes-. Por norma, al cabo de un mes vuelven y la mayoría de problemas o desequilibrios han desaparecido. Lo que se debe tener en cuenta es que cuando se hace una depuración pueden aparecer trastornos pasajeros nombrados " crisis curativas ", yo siempre aviso pues hay que no lo contempla como posible y si se manifiestan creen que la depuración no le va bien, ¡es lo contrario.
Fuente: Biosfera
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