La vitamina K es el nombre común de un grupo de compuestos reconocidos como esenciales para la coagulación sanguínea. El grupo comprende la filoquinona (K1), una 2-metil-3-fitil-1,4-naftoquinona; la menaquinona (K2, MK), un grupo de compuestos con una cadena lateral insaturada en la posición 3 de un número diferente de unidades de isopreno y un grupo 1,4-naftoquinona, y la menadiona (K3, MD), un grupo de compuestos sintéticos solubles en agua, la 2-metil-1,4-naftoquinona.
Sin embargo, estudios epidemiológicos recientes sugieren que la vitamina K tiene varios beneficios que van más allá de los procesos de coagulación sanguínea. Una ingesta dietética de K1 está inversamente asociada con el riesgo de cáncer de páncreas, la K2 tiene el potencial de inducir una diferenciación en células leucémicas o la apoptosis de varios tipos de células cancerosas, y la K3 tiene un efecto anticancerígeno documentado.
Una dieta saludable rica en frutas y verduras garantiza un aporte óptimo de K1 y K2, aunque los consumidores suelen preferir los suplementos. Curiosamente, la forma sintética de la vitamina K, la menadiona, aparece en la célula durante el metabolismo de la filoquinona y es precursora de la MK-4, una forma de vitamina K2 inaccesible en los alimentos.
Con esto en mente, el propósito de esta revisión es destacar la importancia de la vitamina K como micronutriente, que no solo tiene un efecto beneficioso sobre la coagulación sanguínea y el esqueleto, sino que también reduce el riesgo de cáncer y otras enfermedades proinflamatorias. Una dieta adecuada debería ser una medida preventiva básica y común, lo que se traduce en una sociedad más sana y una menor carga para los sistemas de salud.

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